En el café-bar Nagasaki suena un blues que no se acaba nunca y la camarera me ha servido un café negro que sabe a pistacho japonés. A la luz espectral y con el pelo húmedo ella se parece a la muchacha de los jacintos de La tierra baldía.
Pasa una nube de Magritte por encima de nuestras cabezas, un cascabel de plata hendido, y me pregunta entonces por qué tantos duelos por Tokio. ¿Acaso no sabemos desde la adolescencia que estamos replantando árboles en jardines atómicos? No lloréis por Tokio, hipócritas.
Hace años conocí a un becario de Kioto, se llamaba Suji Gotho, sólo bebía agua y me hablaba de la belleza de la física cuántica, de la pureza estructural de las partículas subatómicas y todo eso. Y en la ceremonia de los adioses va y me cuenta el trágico final de Kawabata a base de güisqui y gas y me regala El marino que perdió la gracia del mar. Yo aún no había leído nada de Yukio Mishima, no sabía que se había hecho el harakiri antes de ser decapitado por su amante. Recuerdo aún sus dedos cobrizos caligrafiándome en el aire diminutos poemas de la utopía atómica, su fría fantasía física “porque es sencilla y bella”, afirmaba el feliz nipón. Es posible que se halle reparando alguna de las plantas nucleares de Fukushima. Y que haya perdido la gracia de la poesía cuántica.
Pasan más nubes de Magritte por delante de nuestros párpados, nubes que son barras de pan que parecen espadas de uranio. Y la muchacha de los jacintos me pregunta si serán capaces de llegar hasta nosotros los hongos de la explosión nuclear.
No cesa de sonar ese bendito blues y yo le digo “de nada de lo que hemos creado en nombre de la belleza deberíamos tener miedo”. Pero en los ojos de ella se han posado ya imágenes de los Simpson, del episodio aquel de la catástrofe nuclear, y nos entretenemos hablando de Homer Simpson y su trabajo como supervisor de seguridad de una planta de energía atómica, y su teoría de un universo en forma de donut y los dos nos reímos como si estuviéramos flotando en la atmósfera de Springfield...
Y me sirve otro café, ella es ya un delicado jaiku primaveral, ¡ah, la mariposa!, parece una diosa recitando las ruinas de un poema, “desde León a Tokio/ y nos posaríamos, baby,/ en todas las centrales nucleares del mundo”…
Desde el lado más oscuro del bar, comenzó a ascender una nube con alas, otra nube de Magritte...¡Ah!, ¡¡¡El Pájaro en pleno cielo atravesado de cielos!!!...
Se apagó el blues, y nos quedamos durante un buen rato en silencio.
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