VIAJANDO CON EL TREN DEL SIL


      Me senté junto al ventanal, apuré el café, y abrí la novela:
     Al principio el narrador se detenía en describir con todo lujo de detalles las piezas de un club de alterne de La Portela de Valcarce, el A-300, donde trabajaban tres muchachas brasileñas y cuatro paraguayas que habían traído clandestinamente a la República del Bierzo en helicóptero. A eso de la medianoche, uno de los proxenetas, que era de Cantabria y había hecho la mili en Astorga, se acercó a la barra y preguntó a un parroquiano de Villafranca a qué hora salía al día siguiente el tren Ponferrada-Villablino.

–Lo siento, tío, pero ese tren ha sufrido una nueva desgracia. Lo han descarrilado esta misma noche, y hasta el año que viene no volverá a ponerse en marcha.

   Se perdía luego el narrador en relatar extrañas desventuras del Ponferrada-Villablino, más conocido como Tren Turístico del Sil. Un tren por el que ya habían perdido la razón y la paciencia insignes alcaldes del Bierzo, egregios cabecillas de las Juntas de Castilla y de León, y otros personajes de la alta comedia política y social del Bierzo. A continuación pasaba a contar las peripecias de una famosa excursión realizada en dicho tren por ciertos intelectuales de Ponferrada con unas putas del A-300, peripecias que a mí me parecieron muy similares a las que Ramón Pérez de Ayala había relatado en su Tinieblas en las cumbres. Pero antes de penetrar en el siguiente capítulo, el obseso proxeneta de Cantabria, que hablaba muy bien el galaico-berciano, entraba en acción propinándole un hostiazo al feligrés de Villafranca, que sin embargo pudo reaccionar a tiempo para estrellar contra la cara del cántabro el cubalibre que estaba bebiendo e intentar salir pitando del local.
     Y fue tal el follón que se armó en el A-300, que hasta las chicas que estaban en el piso de arriba trabajando abandonaron su faena y se pusieron a llorar, a chillar como salvajes, berreando en su amargo dialecto de Sâo Paulo expresiones soeces y juramentos contra el proxeneta de Cantabria, así como contra la explotación laboral que padecían... No era aquí el narrador muy ético y perito que digamos, pues, al mismo tiempo que las chicas aparecían en escena, se detenía en describir sus partes más íntimas y gloriosas, comparándolas incluso con las que solían exhibir las ninfas de otros clubes de alterne de la República del Bierzo. Se esgrimieron entonces armas blancas. Uno de los clientes heridos, que era de Cacabelos, pudo llamar por el móvil a la Policía. Se corrió la voz por el pueblo de que en el A-300 había habido muertos, y que si también un cura de aldea estaba metido en el ajo...
    Sonó al fin un disparo, y fue entonces cuando el camarero me dio un toque para avisarme de la presencia en el bar de una famosa banda de grafiteros de Ponferrada. Así que cerré la novela, salí a la calle –seguía lloviendo a cántaros– y me fui derecho a la Nueva Estación. El Ponferrada-Villablino partía a mediodía, y yo había quedado con el alcalde de Toreno para charlar sobre el último libro que estaba componiendo. Ir a Toreno siempre es un placer, y más si uno viaja en el Tren Turístico del Sil. 
     ¿Habéis viajado en él alguna vez?


TEXTÍCULOS (1)


 Textículo narrativo 


  Hay pelea en el barrio,
              dos hombres casi negros,
                               apenas entendíamos sus blasfemias...
                                       debió de ser por hambre.






Textículo descriptivo


Luna llena,
              céltica,
                        druídica,
                               como un poema de Ossián.







Textículo gráfico

¿Qué está ocurriendo aq?



Textículo dramático

F. Hölderlin.– Mi patria es la casa de la locura.

H. Heine.– Mi casa es la locura de la patria.




OTOÑO QUE CABALGA



   Algunas tardes cruzo la frontera del barrio y me adentro en 

  el corazón de la ciudad, busco el otoño que cabalga más allá 


         de su victoria, y encuentro historias desvalijadas, 


               instrumentos de amores hechos polvo... 


             Ah, la maldita ciudad entera que me espanta


                 Y el mar detrás del Pajariel bramando.








JOSEP PLA EN ASTORGA Y LEON

    
       Yendo a Portugal, por carretera, vía Galicia, me he detenido algunas veces en León y Astorga para ver las obras que en estas dos poblaciones se hicieron bajo la dirección de Gaudí. El primer encargo fue el de la construcción del palacio episcopal de Astorga, porque en Astorga, capital del país de los maragatos, hay obispo, aun a pesar de ser una población muy pequeña. Ya lo dicen los naturales del país cuando afirman “en Astorga si no hubiera obispo, no habría nada”. Todas estas historias se sitúan entre los años 1889 y 1890. Nacido en 1852, Gaudí rondaba los cuarenta años.
   La sede de Astorga parece haber sido propicia a tener obispos catalanes. El prelado actual es de este país (1962). Félix Torres Amat, autor del Diccionario de autores catalanes, fue obispo de Astorga. En época de Gaudí dirigió la diócesis J. B. Grau Vallespinós que, además de ser catalán, era de Reus, como el propio arquitecto. Sin embargo, no creo que su relación hubiera estado originada por el paisaje natal. No se conocían. [...] ¿Quién mejor que Gaudí para hacer el palacio episcopal de Astorga? Para acabar de completarlo, resultó que el obispo era de Reus. Imposible imaginar una composición más perfecta. Esta perfección es la que explica que el arquitecto tenga insólitamente una obra en Astorga y una casa de pisos en León, que fue en realidad como una añadidura del edificio eclesiástico.


     Toda esta pequeña información no pertenece al orden de la fantasía. En Astorga entré en una confitería para comprar unas mantecadas, que es el dulce más famoso de la región. Aun a pesar de ser un producto típico son excelentes. El confitero de la confitería, hombre más bien poco lacónico, me dijo que su establecimiento es el que la mitra utiliza en caso de compromiso mayor. Se entiende por compromiso mayor el que se produce cuando el convento de monjas que normalmente suministra los dulces no puede dar abasto a las necesidades sociales de la casa. Este hecho, en sí mismo insignificante, ha producido la inevitable consecuencia: el propietario de la confitería es una fuente inagotable para la información local y en concreto para el cotilleo eclesiástico, único que tiene peso y dimensión positiva en la pequeña ciudad. El confitero es una esponja de noticias.


     ¿Hasta qué punto puede decirse que el palacio episcopal de Astorga, tal como puede verse en la actualidad, es una obra genuina del espíritu de Gaudí? El proyecto de hacer una residencia del prelado y unas oficinas burocráticas apenas tuvo suerte. En primer lugar tuvo que pasar por el informe de la Academia de San Fernando y, como es de todos sabido que no gustó, sufrió las primeras modificaciones. Una vez resueltas estas primeras dificultades, la obra se comenzó y todo fue como una seda hasta el desafortunado día en que, estando las cosas a medio hacer, murió el obispo Grau. Ante sus sucesores, primero el administrador de la curia y después el nuevo obispo, el proyecto de Gaudí cayó en desgracia. Durante muchos años la obra quedó paralizada: exactamente durante veinte años. En Barcelona, Gaudí decía  apesadumbrado: «Serán incapaces de acabarlo y todo quedará interrumpido y desvirtuado...» No, no fue exactamente así. Tras muchas y largas probaturas, el palacio se terminó, pero se terminó de mala gana, con un espíritu reticente, por no decir adverso. Es una obra de Gaudí que lleva la marca del arquitecto, pero es una obra empobrecida, esmirriada, precaria —un esqueleto de huesos encabalgados— y en definitiva desvirtuadas. Aun así, hay determinadas aristas de esta construcción que, sobre todo iluminadas con una luz favorable, tienen un latido de espiritualidad. [...]



   León es una capital de provincia de categoría, bastante grande, con un clima muy fresco, animación y muchas ganas de vivir. Las imágenes tradicionales, levíticas, de León se han desvanecido. Es una población simpática, abierta, que ha superado, en buena parte, el punto abrumador de la vida de provincia sin tener demasiado desconcierto ni caos en su marcha ascendente. Sin embargo, toda la población se encuentra como emplazada bajo los efectos de su inmensa, impresionante, prodigiosa catedral gótica. Su volumen es tan considerable que afecta a la totalidad del urbanismo ciudadano. Después de la catedral —que, dicho sea de paso, presenta unos ventanales que son una maravilla de ensueño—, uno tiene la impresión de que el resto de León es secundario. La catedral lo borra todo y parece como si todo el resto quedase a la planta de sus pies.
     

     Ante semejante situación no debe de ser divertido ejercer de arquitecto en León. En efecto, la ciudad contiene una superabundancia de carquiñolillos arquitectónicos muy delgadillos.
   Gaudí recibió el encargo por parte de los señores Fernández-Andrés de hacer una casa muy cerca de la catedral. Así fue construida la llamada Casa de los Botines, como se la conoce allí. No es una de las obras más gaudinianas del arquitecto, pero tiene una personalidad inconfundible. Si la comparamos con la arquitectura coetánea o contemporánea que se ha hecho en León, hay que reconocer que Gaudí se desenvolvió muy bien. La tendencia del arquitecto a construir, siempre que estuvo a su alcance, con piedra dio en seguida a León una personalidad. Es una casa que no se parece a ninguna otra de León, ni del antiguo reino de León ni de Castilla la Vieja. Es una casa firme, de piedra blanquecina (el material no es muy simpático), de una punta de lápiz absolutamente sui generis. Gaudí nunca es un arquitecto de catálogo (antiguo o moderno), como lo son un número muy importante de arquitectos. Siempre es particularísimo, incluso cuando le encargaron en León una casa de pisos.


       Era verano, a últimos de julio; hacía muy buen día, el cielo estaba clarísimo, y mientras contemplaba, desde la terraza de un café, la Casa de los Botines, me parecía encontrarme en un país muy diferente, en un clima muy distinto, mucho más al norte, pero muchísimo más. La casa tiene un aspecto muy nórdico y se hizo pensando en un clima inhóspito con temperaturas muy bajas y nevadas abundantes y persistentes. León es frío y los propietarios de la futura casa tuvieron que insistir para que el arquitecto no olvidase este hecho en su proyecto. El obispo Grau, de Astorga, que le encargó la construcción del palacio episcopal, insistió también en la necesidad de que no se olvidase la calefacción, por el amor de Dios... El arquitecto lo tuvo naturalmente en cuenta y proyectó pensando en el invierno. Es al hacer mal tiempo —sólo hay que mirar las postales que de la casa se ven— cuando su vistosidad da el máximo rendimiento. Cubierta de nieve remite a alguna construcción que puede verse en Finlandia, pero no de la época en que los rusos construían según los moldes neoclásicos italianos o franceses, sino en construcciones más modernas, sometidas al pathos del clima invernal en un país de bosques y aguas lívidas.


-Si viera usted esta casa, en invierno, con mal tiempo, le tiritarían las entretelas... —me dice el camarero del café.
    Es la reacción natural: por el solo hecho de ser la única casa de León hecha pensando en el invierno —o una de las pocas—, su singularidad acentúa, de una manera en cierto modo teatral, la frialdad del clima. Gaudí, con la Casa de los Botines, se convirtió en un arquitecto de invierno —cosa que no le hace ningún daño, en mi opinión.


(Texto extraído de su "Antonio Gaudí (1852-1926)", recogido en Homenots.)

ALPARGATA QUEMADA


Alpargata quemada, ruptura de utopía, 
le cuesta subir a mi barrio la noche.




Toquemos con suavidad los colores del otoño, 
que no se rompan. 
Vendrá el invierno y tendrá sus músculos.

Pero le cuesta a mi barrio subir la noche. 
Entremos pues en la taberna... 
Ya saldremos 
a la hora de los desobedientes.