Yendo a Portugal, por carretera, vía Galicia, me he detenido algunas veces en León y Astorga para ver las obras que en estas dos poblaciones se hicieron bajo la dirección de Gaudí. El primer encargo fue el de la construcción del palacio episcopal de Astorga, porque en Astorga, capital del país de los maragatos, hay obispo, aun a pesar de ser una población muy pequeña. Ya lo dicen los naturales del país cuando afirman “en Astorga si no hubiera obispo, no habría nada”. Todas estas historias se sitúan entre los años 1889 y 1890. Nacido en 1852, Gaudí rondaba los cuarenta años.
Toda esta pequeña información
no pertenece al orden de la fantasía. En Astorga entré en una confitería para
comprar unas mantecadas, que es el dulce más famoso de la región. Aun a pesar
de ser un producto típico son excelentes. El confitero de la confitería, hombre
más bien poco lacónico, me dijo que su establecimiento es el que la mitra
utiliza en caso de compromiso mayor. Se entiende por compromiso mayor el que se
produce cuando el convento de monjas que normalmente suministra los dulces no
puede dar abasto a las necesidades sociales de la casa. Este hecho, en sí mismo
insignificante, ha producido la inevitable consecuencia: el propietario de la
confitería es una fuente inagotable para la información local y en concreto
para el cotilleo eclesiástico, único que tiene peso y dimensión positiva en la
pequeña ciudad. El confitero es una esponja de noticias.
¿Hasta qué punto puede decirse
que el palacio episcopal de Astorga, tal como puede verse en la actualidad, es
una obra genuina del espíritu de Gaudí? El proyecto de hacer una residencia del
prelado y unas oficinas burocráticas apenas tuvo suerte. En primer lugar tuvo
que pasar por el informe de la Academia de San Fernando y, como es de todos sabido que no
gustó, sufrió las primeras modificaciones. Una vez resueltas estas primeras
dificultades, la obra se comenzó y todo fue como una seda hasta el
desafortunado día en que, estando las cosas a medio hacer, murió el obispo
Grau. Ante sus sucesores, primero el administrador de la curia y después el
nuevo obispo, el proyecto de Gaudí cayó en desgracia. Durante muchos años la
obra quedó paralizada: exactamente durante veinte años. En Barcelona, Gaudí
decía apesadumbrado: «Serán incapaces de acabarlo y todo quedará interrumpido y
desvirtuado...» No, no fue exactamente así. Tras muchas y largas probaturas,
el palacio se terminó, pero se terminó de mala gana, con un espíritu reticente,
por no decir adverso. Es una obra de Gaudí que lleva la marca del arquitecto,
pero es una obra empobrecida, esmirriada, precaria —un esqueleto de huesos
encabalgados— y en definitiva desvirtuadas. Aun así, hay determinadas aristas
de esta construcción que, sobre todo iluminadas con una luz favorable, tienen
un latido de espiritualidad. [...]
León es una capital de
provincia de categoría, bastante grande, con un clima muy fresco, animación y
muchas ganas de vivir. Las imágenes tradicionales, levíticas, de León se han
desvanecido. Es una población simpática, abierta, que ha superado, en buena
parte, el punto abrumador de la vida de provincia sin tener demasiado desconcierto
ni caos en su marcha ascendente. Sin embargo, toda la población se
encuentra como emplazada bajo los efectos de su inmensa, impresionante,
prodigiosa catedral gótica. Su volumen es tan considerable que afecta a la
totalidad del urbanismo ciudadano. Después de la catedral —que, dicho sea de
paso, presenta unos ventanales que son una maravilla de ensueño—, uno tiene la
impresión de que el resto de León es secundario. La catedral lo borra todo y
parece como si todo el resto quedase a la planta de sus pies.
Ante semejante situación no debe de ser divertido ejercer de arquitecto en León. En efecto, la ciudad contiene una superabundancia de carquiñolillos arquitectónicos muy delgadillos.
Gaudí recibió el encargo por
parte de los señores Fernández-Andrés de hacer una casa muy cerca de la
catedral. Así fue construida la llamada Casa de los Botines, como se la conoce
allí. No es una de las obras más gaudinianas del arquitecto, pero tiene una
personalidad inconfundible. Si la comparamos con la arquitectura coetánea o
contemporánea que se ha hecho en León, hay que reconocer que Gaudí se
desenvolvió muy bien. La tendencia del arquitecto a construir, siempre que
estuvo a su alcance, con piedra dio en seguida a León una personalidad. Es una
casa que no se parece a ninguna otra de León, ni del antiguo reino de León ni
de Castilla la Vieja. Es una casa firme, de piedra blanquecina (el material no es muy simpático), de una
punta de lápiz absolutamente sui generis. Gaudí nunca es un arquitecto de
catálogo (antiguo o moderno), como lo son un número muy importante de
arquitectos. Siempre es particularísimo, incluso cuando le encargaron en León
una casa de pisos.
Era verano, a últimos de
julio; hacía muy buen día, el cielo estaba clarísimo, y mientras contemplaba,
desde la terraza de un café, la Casa de los Botines, me parecía encontrarme en un país muy
diferente, en un clima muy distinto, mucho más al norte, pero muchísimo más. La
casa tiene un aspecto muy nórdico y se hizo pensando en un clima inhóspito con
temperaturas muy bajas y nevadas abundantes y persistentes. León es frío y los
propietarios de la futura casa tuvieron que insistir para que el arquitecto no
olvidase este hecho en su proyecto. El obispo Grau, de Astorga, que le encargó
la construcción del palacio episcopal, insistió también en la necesidad de que
no se olvidase la calefacción, por el amor de Dios... El arquitecto lo tuvo
naturalmente en cuenta y proyectó pensando en el invierno. Es al hacer mal
tiempo —sólo hay que mirar las postales que de la casa se ven— cuando su
vistosidad da el máximo rendimiento. Cubierta de nieve remite a alguna
construcción que puede verse en Finlandia, pero no de la época en que los rusos
construían según los moldes neoclásicos italianos o franceses, sino en construcciones
más modernas, sometidas al pathos del clima invernal en un país de bosques y
aguas lívidas.
-Si viera usted esta casa, en invierno, con mal tiempo, le tiritarían las
entretelas... —me dice el camarero del café.
Es la reacción natural: por el
solo hecho de ser la única casa de León hecha pensando en el invierno —o una de
las pocas—, su singularidad acentúa, de una manera en cierto modo teatral, la
frialdad del clima. Gaudí, con la Casa de los Botines, se convirtió en un arquitecto de
invierno —cosa que no le hace ningún daño, en mi opinión.
(Texto extraído de su "Antonio Gaudí (1852-1926)", recogido en Homenots.)
La infraestructura se debe a los buenos Arquitecto en León que trabajaron arduamente para que se viese espectacular
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