CALLE DEL RELOJ



            porque apenas tiene uno tiempo de perderse por esta calle de novela naturalista y sentirse como un náufrago del otoño entre las piedras en penumbra de su historia.
           
            la vida se nos pone ahí más clásica, más frágil.

            hasta cuándo resistirá esa humilde peluquería con aureola de posguerra, o este portalón que conserva todavía las huellas de un vergonzoso sueño aristocrático.

            esas puertas agusanadas que parecen expulsar otoños corrompidos, esos balcones y galerías como remordimientos que desgarran el cielo amoratado de esta calle...

            huele a templo derrumbado, a procesión de silencios clericales, a letanía sumergida en el llanto de una madre superiora...

            le he preguntado a una monjita del convento de la Purísima Concepción dónde se hallan enterrados los cabellos del ángel, y sus castísimos labios me han devuelto el beso de la indulgencia que nunca habría merecido.

            una pareja de peregrinos bebe serenamente su cerveza en el mesón Mosteiro. Me acerco hasta su mesa y observo que están leyendo las historias detectivescas del padre Brown. ¡Ah, Chesterton! ¿Os imagináis a Gilbert K. Chesterton caminando por entre las nieblas nocturnas de la calle del Reloj?

-- ¿A quién espera usted, señor Chesterton?
-- A don Antonio Pereira. Hemos quedado en relatar juntos una truculenta historia que no nos deja dormir: una conjuración política que tiene por objetivo último la destrucción de la República de Almendros.


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