MORDIENDO LO ILEGAL



       Estaba pasando el tiempo con una biografía del romántico francés Gérard de Nerval, cuando entró en el Café un hombre que era un inca que parecía un fugitivo y que era uno de esos ecuatorianos ilegales que desde hace unos meses casi ni se ven vagar por la ciudad.

      Existen pobres muy locos que se atreven a disfrazarse de sudamericanos y andar por el mundo de aquí preguntando cómo se puede adquirir un papel que los transforme en trabajadores no ilegales. Aquel indio que entró en el Café, como pidiendo perdón, tal vez hubiera sido el más infeliz de la tierra si entonces le hubieran contratado para limpiar la zona de los Muelles, ahí entre la Placa y Cuatrovientos, ese oasis de aceites, colchones, tazas de váter y neveras podridas y otros excrementos. O quizá no.

        Un ecuatoriano ilegal por la gran vía de la Puebla es capaz de sentir los primeros síntomas de desequilibrio mental y aun así seguir caminando como quien pasea por el centro de Quito o Guayaquil bajo el sol de las cinco de la tarde con una novia de la mano y sin preguntar por el camino que lleva al curandero. Un ecuatoriano ilegal es un pobre escéptico con un pájaro amatista temblando en su interior.

      Si pasáis un momento por la vida de Nerval, veréis que fue otro ilegal que vagabundeaba por París sin abrigo a veinte grados bajo cero y comía en las tabernas y pasaba las noches en albergues en compañía de mujeres ilegales, cuando no era internado en algún tenebroso manicomio. Hasta que la madrugada de un 25 de enero se apareció ahorcado, colgando de una rejilla, en un callejón maloliente del viejo París, y con el sombrero en la cabeza.

      Pero un ecuatoriano ilegal se cuelga de más lejos, un ecuatoriano ilegal viene por lo menos del oeste del páramo andino o de la ruda costa tropical del Pacífico. A lo mejor viene de Esmeraldas, una de las ciudades más pobres del norte de Ecuador, o del pueblecito de Cotacachi, donde si otras lunas más espléndidas se hubieran asomado estaría ahora trabajando en las artesanías del cuero o de los ponchos.

      ¿Qué sabemos de los emigrantes pobres de Ecuador? ¿Qué sabemos de los pobres y de los ricos de Ecuador? ¿Y qué sabemos al fin de la lejanísima república de Ecuador? Hay allá mucho petróleo, mucho plátano, mucho café, muchas iguanas marinas meditando sobre los cisnes de Europa. Hay reservas de indios siona y secoya, e indios cayapas que componen bellísimas palomas con alas de terciopelo que no venden luego en los mercados. Están también las tortugas gigantes de las islas Galápagos. Y hubo un escritor indigenista llamado Jorge Icaza que escribió Huasipungo para seguir hablando de la sordidez de la vida. Y tantas cosas llenas de catástrofes y de violencia seminal que mal podemos imaginarnos.

       Salió del Café el indio ecuatoriano y me quedé con ganas de escuchar algo más de su nación. Y encontré luego a Edwin Madrid, una de las voces más singulares de la poesía ecuatoriana actual. En su Mordiendo el frío se halla este “Puetas”, que bien sirve para huir de la conmiseración y todo ese lastre de altruismo barato y falsas caridades que tanto nos joden:

       En todos los países hay poetas que entran y salen de la casa de gobierno. Pero por fortuna también están los que visitan las casas de putas y cantan a las putas.

       Es otra manera, más cínica, de enfrentarse a lo ilegal, de morderlo sin dolor.



No hay comentarios:

Publicar un comentario