RONDA DEL GENERAL

     Sentado en uno de los bancos del jardín de la Plaza de la Constitución, el general Severo Gómez Núñez espera la llegada del coche de su íntimo amigo el Obispo de Jaca y Senador del Reino don Antolín López Peláez. La hondura de su mirar, sus grandes mostachos negros, el reposo de sus ademanes..., toda su persona destila un carácter marcial y aristocrático. La espera se hace larga, demasiado larga, y con el bochorno de ese anublado domingo de marzo del Año de la Coronación se va sumiendo el general en un sueño de turbulentas aguas regeneracionistas...

    Mi general, ha de saber usted que este no es un pueblo feliz, y se lo decimos con prosa pobre como arrabal, porque no vivimos todos en una casa tan espaciosa como la suya, nosotros sobrevivimos como quien dice igual que animales en esas casuchas de un piso con sólo dos habitaciones, una para nosotros, y la otra para los cerdos...


    Mi general, si tuvo usted arrestos suficientes para fundar un periódico allá en La Habana, debería tener los mismos para fundar uno en esta amodorrada urbe, porque la prensa gana las elecciones, el porvenir será de quien sea la prensa y Ponferrada no se merece ocupar el penúltimo puesto entre las urbes del Noroeste Atlántico...

    Mi general, a base de patatas y judías y muchos huevos vamos alimentándonos, poca carne de vaca nos llevamos al vientre, y es más bien de vaca vieja, y alguna nos ha entrado que estaba muy tuberculosa, así que tenemos miedo y vamos entonces tirando con el tocino del cerdo y los nabos...

    Mi general, lo que sí le discutimos es que haya en esta urbe caciques buenos, porque no hay cacique nacido de mujer que sea bueno en ninguna patria. Y no por eso piense que estamos dentro de la chusma anarquista, aunque un poco vamos sabiendo del derecho a la huelga y el ‘socialismo agrario’, esos trenes que pasan nos dejan noticias de una próxima revolución obrera mundial, como que el ángel de la historia que nos guarda siempre será rojo y desde la cuna hasta la tumba, mi general.


   Mi general, de qué le vale haber ganado esa medalla de plata por su estudio sobre el cañón neumático y la medalla de oro de los Bomberos de La Habana, de qué le valen esas dos cruces de la Orden de María Cristina y esa otra más bonita de San Hermenegildo, si no convence a esas tortugas, a esos mantas políticos correligionarios suyos para que nos construyan el Canal del Sil, y el ferrocarril de Ponferrada a San Esteban de Pravia, y la carretera de Toral de los Vados a Santalla de Oscos...

    Claro que bebemos mucho vino, mi general, y no le negamos que con él alimentamos a los niños desde que aprenden a caminar, si usted viera cómo rompen con sus belfos el cielo sucio de las charcas, pues a quien nace en este puñetero arrabal lo crían el santo vino y los milagros. Y porque desde los doce años desayunamos aguardiente nos tienen por unos desgraciados y dicen que somos los jornaleros más alcoholizados del mundo, eso no se lo discutimos, mi general, pero la masa campesina...

    Un relincho de yegua pelona arrancó al general Gómez Núñez de su alucinación regeneracionista. El Obispo de Jaca lo estaba mirando con gesto guasón.

-Don Antolín, la ‘revolución desde arriba’ es un fiasco. A este pueblo no hay cirujano de hierro que lo encarrile.

-¡Jodidos estamos, mi general!




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