PASAJE DE LOS SUEÑOS


      Hace unos cien años es posible que la vida aquí en Ponferrada fuese más puta, y que las brumas de la ignorancia fuesen más densas...



     Pero había una Imprenta-Librería en la calle del Reloj en la que siempre estaba encendida una lámpara. La iluminación era ya eléctrica, como el amor... Y con los ruidos de la Revolución y la Vanguardia llegaron también los rumores de una ciencia asombrosa, una ciencia que estaba trastornando al mundo entero: la Ciencia de los Sueños. 

   En Ponferrada entonces se soñaba mucho. Se soñaba poseer miles de cántaros de aguardiente, se soñaban salarios obreros mucho más altos, se soñaba extender una línea de ferrocarril que directamente llevase a Ponferrada hasta el Atlántico... Pero muy poco, casi nada, valían esos sueños.


    Hasta que comenzaron a circular por la ciudad los nombres tan raros de ‘Psicoanálisis’, ‘Subconsciente’, un tal Sigmund Freud y todo el andamiaje conceptual en que decían que se apoyaba ‘La interpretación de los sueños’. Y fue entonces cuando algunos jóvenes de clase media, los más intrépidos y anticlericales de Ponferrada, se quitaron de encima el miedo de tantos siglos y no tuvieron ya escrúpulos para contarse unos a otros los sueños de las noches últimas, y descubrir así que existían caminos más venturosos hacia una vida política y sexual en libertad.

    A su manera se estaban comportando aquellos jóvenes como auténticos revolucionarios. De modo que sus detractores decidieron que había que cortar de raíz enfermedad tan peligrosa, pues no se podía permitir que aquella juventud neurasténica y degenerada extendiese sus extravagantes ideas por una ciudad tan templaria y respetable. Hubo curas, militares, incluso manolas y poetas de la ‘Generación del desastre’, que en los salones del casino La Tertulia demostraron cristianamente “la necedad de esa doctrina maligna de los sueños”, comparándola con la reciente teoría de la ‘calipedia’ del gárrulo doctor Tosmae y su arte de engendrar hijos hermosos y fuertes, varones y hembras, a voluntad... Había que mantener los modales, no todo se podía contar en público, y menos los sueños tan libidinosos que por ahí estaba propagando esa indecorosa juventud.


    Es cierto que a nadie se le ocurrió abrir en Ponferrada un gabinete de consulta donde los pacientes pudieran exponer sin coacciones sus traumas infantiles y fantasías más eróticas. Pero sí comenzaron entonces a brotar las primeras células anarquistas, las primeras protestas contra la ley antiterrorista del gobierno de Maura, las primeras asociaciones obreras radicales, las primeras parejas que en Campo de la Cruz o en el andén de la estación del Norte decidieron que ya era hora de besarse al amparo de la luz natural y como ordenaba el moderno ‘Subconsciente’.


   En la Imprenta-Librería de la calle del Reloj siempre había encendida una luz.


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