PORTAL Y PÓLVORA


     Ahora que mi ciudad se prepara para celebrar en paz la Navidad, recuerdo las calles prohibidas de la ciudad de Bethlem en el invierno de 1987, las balas que decían que habían acabado con la vida de otro adolescente palestino, el crepúsculo tiñendo de rojo la áspera Tierra Prometida...

     Yo me enamoraba de todas las muchachas que subían a los autobuses de Bethlem y de Jerusalén, nunca había visto rostros morenos más bellamente trabajados mirando hacia el cielo con sus enormes ojos claros... Y unos días después comenzó la guerrilla interminable, la sangrienta Intifada contra todos los portales navideños del mundo. 


     Y había por aquel tiempo un gran poeta en Israel, al que habían nombrado poeta nacional, que nos alertaba a los turistas con sus premoniciones y plegarias. Se llamaba Yehuda Amijai y decía cosas como que Bethlem y otras ciudades judías eran los lugares experimentales donde Dios probaba nuevas ideas y nuevas armas. Dios era el motor de la guerra, Dios estaba lleno de misericordia, y si no lo estuviera habría misericordia en el mundo y no sólo en él. Tenía sin embargo esperanzas Yehuda Amijai, en aquel tiempo todavía podía anunciar que era posible la redención de los pueblos por medio de la palabra: “Al este de las palabras está el desierto. Al oeste, el mar.”

    Y cuando visité el Portal donde había nacido el Niño Dios –la ciudad de Bethlem olía ese mediodía a peces descompuestos y bayetas impregnadas de gasolina–, mi agnosticismo se tambaleó unos instantes, hasta que percibí el temblor de la próxima contienda y la mentira política en las losas rociadas de pólvora. No, no fue grata la imagen de aquel Portal vacío y frío, donde se adivinaban las brechas que habían servido de cama a los bisoños soldados de Israel...

    Ya he dicho que yo me enamoraba de todas las muchachas que se subían a los autobuses de Bethlem y de Jerusalén. Me pregunto ahora si la causa de tanta belleza no sería acaso el insólito ardor con que eran besadas por aquellos hombres que se disponían a la guerra. Cada una de aquellas mujeres era una Jerusalén radiante, cada una de aquellas mujeres era una Bethlem herida. El aire estaba saturado de pesadillas y oraciones.

    Bethlem era en aquel invierno una ciudad tenebrosa, y la luz de su Portal, una granada a punto de explotar.




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