Me acuerdo de Pilufo, nuestro vagabundo de la calle del
Cristo... A Pilufo lo vi postrado en una cama blanca del Hospital de la Reina, recuperándose de la
paliza que le habían metido el día de Nochebuena, menudo ‘cuento de Navidad’ el
suyo, Pilufo, el vagabundo más heavy de todo el Noroeste...
Las pocas lágrimas
que le quedaban las iba perdiendo en pendencias absurdas, por qué malditos
cabrones se dejaba rodear en sus noches malas...
Pilufo era como los vagabundos del Dharma, perseguidores de estrellas fugaces,
místicos y psicodélicos... Sus sentencias bohemias conmovían a los niños y a los
tenderos de su barrio, y montaba un belén en la calle del Cristo y les cantaba
villancicos a los perros que le amaban y todos comprendíamos entonces que su
felicidad cabía en una botella de morapio...
Pilufo pertenecía a la cruda calaña de los héroes sin historia, era un 'tronco'
de la categoría de aquel Joe Gould neoyorquino... También a él la vida le había
hecho a base de botellazos y navajas y en sus ojos sobrenadaban centenares de
sirenas...
A veces parecía estar viviendo en un enjambre de pistolas.
Me imagino a Pilufo escarbando en el delirio de sus noches, menudo ‘cuento de
infierno’ el suyo, Pilufo tocando su guitarra imaginaria y sexual,
vagabundeando por su belén callejero, por su belén de la calle del Cristo, con
sus perrillos al hombro, con su barba de auténtico vagabundo del vértigo y
empinando una botella que escondía su perro destino...
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