Hará unos veinte años, en París, una mañana en que estábamos una celosa
comunista italiana y yo almorzando unas ‘lenguas de gato’ en la braserie donde se inspiraba Georges Simenon, apareció por allí Roland Topor, bastante
chispa ya –la noche anterior se había comido a su queridísima Odette– y
tarareando ‘La canción de los viejos amantes’ de Jacques Brel. Se nos presentó
con sus elegantes modales de surrealista trasnochador y, sin más preámbulos,
comenzamos a charlar animadamente sobre la cantidad de indigentes que adornaban
el metro de París. Pero pronto se cansó Topor de la literatura farisaica que
blandíamos, y empezó entonces a deleitarnos con las sabrosas fórmulas de su Cocina caníbal.
Conservo todavía estampadas en un cuaderno de viaje algunas de las recetas que pocos días después, al publicarse en un periódico
parisino, entusiasmaron a todos los pequeños burgueses de la orilla izquierda
del Sena. No puedo referir aquí su modo de cocinar y presentar la ‘Verga de
mendigo a la vinagreta’, el ‘Indigente sobre
su propio culo’ o el ‘Mendigo en pelotas a las finas hierbas’. A mí me parecieron
geniales. No así a mi comunista italiana, que se despidió de nosotros cuando
Topor pasó a recitar la receta del ‘Indigente acojonado al vino de Madeira’.
Hoy, si
tuviera la dicha de encontrarme de nuevo con Topor, le rogaría me concediese la
gracia de que probara este plato tan suculento que os recomiendo a todos vosotros encarecidamente: el
‘Hígado de indigente berciano con salsa de manzanas reinetas (para dos
personas)’:
“Deje dorar cuatro o cinco rodajas de hígado de indigente berciano
en una cazuela sobre mantequilla ya derretida y bien caliente. Cuando estén
casi cocidas, coja un trocito de papel sellado del Ayuntamiento que previamente
habrá untado de aceite, coloque encima una loncha de tocino de cerdo de
Cacabelos, perejil, cebolla y ajos de Valtuille, todo ello muy picado; añada
finísimos pimientos de Carracedelo, salsa de reinetas bien carnosas y sexuales
de Camponaraya, y envuélvalo doblando con mucho cuidado el papel municipal.
Sírvase con los primeros compases de ‘A Ponferrada me voy’ o algo parecido”.
(Nunca más volví a ver a aquella fanática comunista
italiana. Siempre he pensado que no habría sido fácil de digerir).
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